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Campeón Mundial y aventura en Indianápolis.
Después de Monza, Alberto corrió por segunda vez (sería exacto decir "vivió") la temporada Argentina, una cita fija que ensamblaba cada doce meses el final de un año y el inicio del siguiente. Un conjunto de victorias logradas acá y allá, diseminadas sobre aquella tierra que reserva a los corredores una pasión limítrofe con la morbosidad. Una tierra que ya había aportado un gran campeón, un hombre digno de hacerle frente: Fangio.
Se llamaba Juan Manuel y había sido fichado por la Alfa Romeo para 1950, que le colocó a la par con Giuseppe Farina. El retorno a las carreras del famoso 8 cilindros con compresor (el Alfa Romeo 158), con el blasón del culebrón, creó en la Escudería Ferrari ciertos problemas técnicos. El compresor no satisfacía a Ferrari, quien se decidió por el aumento de cilindrada y la consiguiente eliminación del compresor, como mandaba el reglamento. Era el primer año del Campeonato Mundial. Estaba claro, sin embargo, que iba a ser Alfa Romeo quien cortase el bacalao.
En Bélgica la Ferrari se presentó con un coche de 3.300 cc que se convirtió en 4.080 en el Gran Premio de Ginebra para, finalmente, alcanzar el máximo autorizado por la fórmula: 4.500cc. El 4.500 ganó sólo un Gran Premio: el de la Penya Rhin, en España, aunque no era puntuable para el Campeonato del Mundo. Pero los Alfa no asistieron y el campeonato lo ganó Farina.
GP Penya Rhin 1950.
En 1951, el resultado fue casi el mismo: victoria de los Alfa. Sin embargo, esta vez fue mucho más reñida. En vez de Farina venció Fangio. Una victoria incierta hasta el último Gran Premio, el de España. Con sus triunfos en el Nürburgring y Monza, Ascari tenía las mismas probabilidades de vencer que Fangio, mostrándose exactamente a su altura. No obstante, la carrera española quedó falseada por un elemento ajeno: los neumáticos. Ascari terminó en sexto lugar y venció Fangio. Se reunieron todos en Milán para agasajar al argentino de pocas palabras, pero de innegable bravura. Alberto - deportivo hasta la médula- le regaló una gran bandeja de plata con una dedicatoria grabada. Pero ya había llegado su turno.
1952: Alfa se retiró y volvió Maserati con una máquina muy veloz. Fangio fue llamado a conducirla. El campeonato mundial se corría con "los dos litros". Seguían en actividad los 4.500, pero solamente en pruebas no puntuables. Habría sido un año fantástico si Fangio - el 8 de Junio- no hubiese cometido el único error de su vida como piloto. Aunque más que un error se trató de imprudencia: corría en el GP del Autódromo de Monza en pésimas condiciones físicas, extenuado por un largo viaje. "Ten cuidado", le dijo Alberto en la parrilla de salida tras haber notado las profundas ojeras que desfiguraban la faz siempre despejada del argentino. Pero en una curva, Fangio voló fuera de la pista partiéndose el hueso del cuello. Escaloyado desde la cintura hasta el mentón, el argentino tuvo que guardar reposo durante el resto de la temporada.
Fue el gran año de Ascari, el cuál vencio en todas las pruebas puntuables para el Campeonato Mundial, con la única excepción del Gran Premio de Suiza, donde se impuso Taruffi. Pero ello fue debido a que Alberto se hallaba corriendo en Indianápolis. Extraña experiencia esta de Indianápolis. Arriesgadísima. Su extraordinaria regularidad le permitió clasificarse con un tiempo suficientemente veloz (135 millas por hora, más de 216 km/h, frente a las 138 de Vukovich, el más rápido, y las 133 de Rigsby, el más lento), pero por sobre todo con diferencia insignificante entre la más rápida y la más lenta de sus cuatro vueltas de calificación reglamentarias. Una regularidad que dejó pasmados a los pilotos y técnicos de ultramar. Pero en la vuelta 41 de aquel vertiginoso carrusel se rompió el cubo de la rueda posterior derecha del Ferrari número 12 que lucía un vistoso "special" en sus flancos. Esto pudo haber significado la tragedia, pero el hado favorable del destino y la habilidad del piloto resolvieron la situación. Tras un patinazo espeluznante - cosa que en Indianápolis estaba a la orden del día- el Ferrari se detuvo al borde de la pista casi intacto. El piloto descendió con toda calma y, quitándose los guantes y el casco azul, espero impasible que llegasen los comisarios de pista para apartar al Ferrari de la zona de peligro.
Ganó todas las carreras - menos la ya mencionada - incluido el Nürburgring, y por tercera vez. Un hombre que gana una sola en el Nürburgring, se decía, es un auténtico fenómeno. Son más de cien curvas por vuelta y de todos los tipos. Sobre las eses, en vez de apurarse, Ascari se relajaba. Acá y allá, sobre las curvas a izquierda y derecha del circuito alemán (en las que un despiste o pérdida de control eran casi necesariamente mortales), él lograba la perfecta armonía entre la velocidad máxima y la seguridad, entre la concentración y el relajamiento. En 1950 llegó allí como debutante, nunca había visto la pista anteriormente, y ganó. En 1951 la prueba era puntuable para el Mundial, y además estaba Fangio. A muy poco del final, con Fangio acosándole, dándose cuenta que talvez sus neumáticos no resistiesen hasta la meta, se detuvo en su box para cambiarlos. Fue una jugada calculada fríamente, como si en vez de encontrarse en el habitáculo de un coche de carreras estuviese jugando ajedrez. Y batió a Fangio. En 1952 venció sin demasiados problemas, relegando con facilidad a sus compañeros Farina y Taruffi. Y en 1953, la victoria le hubiera sido de nuevo suya de no habérsele desprendido una rueda. Para batirle el destino tenía que atacar a la mecánica, no al piloto. El percance pese a todo, no le detuvo por completo. Le faltaba una rueda, pero llegó hasta su box, una vez allí espero con tranquilidad a que los mecánicos la repararan. Pero Farina se encontraba ya en cabeza y ganaría.
En 1952 fue proclamado Campeón del Mundo. En 1953 volvió a serlo, pero esta vez a costa de un esfuerzo algo mayor, dado que Fangio había vuelto en perfecta forma al volante de un Maserati y le acosó mucho más estrechamente de lo que había sabido hacerlo otro argentino: el fogoso Froilán González. Se le escaparon los Grandes Premios de Alemania, ya citado, Francia (ganado por un Mike Hawthorn desencadenado) e Italia, este último por muy poco, en la última vuelta, en la última curva. Había aceite en la pista, Ascari patinó y otro tanto le ocurrió a Farina. Fangio se deslizó entre ambos y ganó.
Texto: Enciclopedia del Automóvil
Fotos: Archivo Museo F-1 GP
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